Se nos ha muerto, como del rayo, Agustín Bayot. Su lucha contra su perpetua mala salud ha acabado, como siempre ocurre finalmente, en derrota. Pero lo ha hecho demasiado pronto: de ahí la sensación de mazazo. Ha sido demasiado pronto para él, para sus amigos (entre los que tengo el honor de haberme encontrado) y demasiado pronto también para el mundo académico, al que tanto tenía que ofrecer.